Quise flotar

La maldita congestión nasal de nuevo. El viaje termina, vuelvo a la realidad de lo absurdo. No todo es malo, pero siento que lo será, lo siento incomodo en la sien, en las membranas celulares. No sé que o quien me hará más falta. No sé si esta vaya a ser la última oportunidad para una vida normal.

Viajamos por la telaraña de autopistas elevadas de Shanghai, tuve el mundo a mis pies hace poco, y quise flotar. La verdad es que todo esto ha sido una gran levitación, y como toda ruptura inaceptable al ejercicio de la metafísica, debo caer, debo fracturarme, resplandecer en el suelo, hasta entender que debo reponerme, debo pegarme, debo ver la luz, y comenzar de nuevo.

Dejé las ciudades en crecimiento, el olor a mierda, la lengua universal de mis gestos, el concreto elevado, la adivinanza culinaria, los escupitajos, la belleza de sus ojos, de las montañas donde el pino retuerce la roca, del hogar de gorditos dorados, de la rigidez facial, de la historia de miles de generaciones de generaciones de generaciones campana.

Pero por más que la calidez de la geografía sea entrañable, la verdad es que añoraré esta pequeña sociedad de voraces animales, hambrientos de vida, de experiencias, con sus únicas razones y objetivos, una hermandad conjugada en múltiples pigmentos, en una escala musical de algunos tonos compartidos, de danzantes entre cables eléctricos, de futuras ventanillas al mundo, de germinación de historias, que algún día, en mi lecho, recontaré.

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